jueves, 20 de octubre de 2011

El albor de un cielo enfurecido.

El cielo gritaba enfurecido, maldecía su malestar. Se imponía ante los habitantes de la tierra a través de relámpagos, como símbolo de fortaleza y furia. Se teñía de gris para que no subestimen su poder las aves que deseaban tocar su plenitud.
Desde abajo, las mujeres y los hombres escuchaban su remordimiento, por lo tanto, se aislaban en sus hogares para recibir su llanto sin que este los moje.
Éste primero, se detuvo a reflexionar y meditar, le pesaban los años y se encontraba solo en la tempestad que el mismo creó. Por esa misma razón, intentó disculparse. ¿Qué mejor forma de hacerlo, que bañando la tierra de dulces gotas? Para así intentar cambiar el color de la tormenta, para que fluyan los aromas de la miseria, para rebosar de entusiasmo a las duras almas que no querían ceder, para darle un baño al dolor y refrescar el color de las heridas.
Pero no fue suficiente. Su capricho le costó muy caro. Despertó a una ciudad con agua fría, heló sus corazones y acarreó sus responsabilidades. Posibilitó el sedentarismo y el conformismo. ¿Cómo remediar su error?
Mendigó en sueños ajenos, suspiró melodías pasadas, viajó a los recuerdos y encontró una solución.
Despejo su escenario, le habilitó la ruta a las nubes para que las modestas aves vuelen, transformado la realidad.
Abrió la caja de pandora que se encontraba empolvada en su interior, y festejó su encuentro.
Pudo descubrir en ella siete colores: el rojo, que representa la pasión, el amor en su más puro encuentro; el naranja, que transmite alegría; el verde, símbolo de la esperanza y de un amanecer con sueños cumplidos; el índigo, el de las fantasías y sueños etéreos, donde las palabras escondidas aún fluyen; el violeta, el escudo de la paz; el azul, el color de la tranquilidad y la paz, la armonía en su máximo clima y por último (pero no menos importante) el amarillo, el del renacimiento, el de la inmortalidad de los sentidos.
Rápidamente acudió a sus dotes de grandeza artística y tiñó su cielo de estos siete sentimientos, formando un puente.
Los seres que habitaban la tierra se encontraron perplejos ante magnífica obra. Y quisieron saber que se hallaba al final del bautizado 'arcoiris'.
Por tal motivo, caminaron a su encuentro. Los sabios, predecían que al final de este, se podía disfrutar de un gran tesoro. Estas palabras entusiasmaron a los peregrinos y soñaron con riquezas eternas.
En este camino hallaron a su propia esencia, se conocieron a si mismos, para luego conocer a los que se encuentran a su lado. Consiguieron una ilusión que los unía. Lucharon contra sus represiones internas durante días y noches, hasta que sus pies impidieron seguir con su deseo.
Razonaron que era imposible concebir el final de ese gran puente. Y comprendieron que los lujos materiales no eran posibles, pero lo que ya era parte de ellos eran los lujos espirituales.
En este largo camino conocieron su propia verdad, vivieron el renacimiento de la convicción que sembró la ilusión. Gozaron de los tropiezos y festejaron los triunfos. Gracias a la firme enseñanza de creer en si mismos, lograron encontrar el más valioso de todos los tesoros: el que se encontraba en su interior.
Agradecieron y perdonaron al cielo por haberles otorgado dicho premio, y entendieron que a veces la meta no es lo más importante, sino el camino hacia esta misma meta.

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