lunes, 21 de noviembre de 2011

A los doce.

No me dejen mentir y absténganse a la verdad. Todas alguna vez tuvimos ese amor tan pasional de los 12 años, ese amor indiscutible y platónico, perfecto e innovador, ese amor escurridizo que nos invitaba a fantasear y a imaginar escenas en las cuales nuestro amor se sellaba por siempre. No creo haber sido la única ilusa, poseo pruebas que no me encontraba sola en ese idilio pre-adolescente.
Si este amor se encontraba adherido a la desilusión nuestro mundo se derrumbaba en tristes penumbras y llorábamos hasta estallar. Sonreíamos y nos encontrábamos enamoradas de aquel muchacho que nunca nos miro. Ya que era más grande, era famoso o simplemente era el novio de alguna hermana, amiga o conocida.
En muchas ocasiones este amor se pudo concretar y supimos divisar la gloria eterna, pero si esto nunca ocurrió, los fantasmas del deseado olvido (figurativo, ya que en la obsesión no cabe el dolor real) apocaban nuestro brillo relegandonos a la tristeza cotidiana.
Ésta se acababa cuando otro amor deambulaba por nuestros pensamientos. Y saz! La misma historia.
Hoy, ya pasadas esas vergonzosas y graciosas etapas. Podemos aceptar que eramos enfermizas, compulsivas y obsesivas. ¿Pero a quién vamos a engañar? Nos divertíamos escribiendo cartas ficticias, jugando a ser detectives con tal de encontrar alguna pista de como era su vida, o quienes eran sus pretendientes (que posteriormente llegarían a ser nuestras máximas enemigas) para volver a ilusionarnos una vez más...

No hay comentarios:

Publicar un comentario