lunes, 4 de enero de 2010

Charly


Existe la suerte. Como también existe su opuesto. No puedo entender como ocurren cosas tan alarmantes cotidianamente y la gente, en general, tiene sus ojos vendados. Conocí a un vagabundo, por lo visto era borracho. Fue una mañana de noviembre del 2008, yo salía de mi colegio de rendir mal una materia y me lo cruce a aquel hombre. En mis ojos había lagrimas y en mi corazón tristeza. En mi mundo, en ese entonces, no existían los grandes problemas, por lo cual, sentí que se caía a pedazos. El hombre desaliñado y sucio se acerco y me pregunto con amabilidad que me sucedía. A través de sus ojos brillosos descubrí que mis problemas eran mínimos. Aquel señor deambula por la ciudad, y no tiene baño propio, vive a raíz de la compasión ajena. No es que me de lastima, es absurda la lastima, no la entiendo. Pero me sentí tan inferior a el, con pocos caminos recorridos y muchos por recorrer. La vida no acaba con una ruptura de corazón ni en un aplazo. La vida acaba cuando no nos damos cuenta. Hay cosas muy feas por que vemos, pero aun más feas es vivirlas. Siempre uno mira desde afuera y se compadece, pero no ve de adentro hacia fuera, y ahí se produce la catarsis, la liberación de las pasiones. Hay que sentir las cosas para poder encontrarle algún sentido porque con el simple hecho de imaginárselas no hacemos absolutamente nada. A este vagabundo lo veo bailar por la peatonal con una caja de zapatillas vacías que sirven de sombreros, junta sus monedas para poder comer. El tiene tan poco pero sigue luchando, no se da por vencido. Tuvo mala suerte, pero tiene una filosofía de vida callejera muy admirable e interesante. El vive el día a día, y sabe que el destino lo puede llevar a lo más alto como a lo mas bajo, hay que siempre tener presente que nuestra realidad puede cambiar en diez segundos.

A este admirable ser no le interesa el que dirán, que se rían de el, el quiere ser feliz. Algo tan simple pero tan difícil para algunos, ser feliz.

Me transmitió sus sentimientos y pensamientos. Me robo una sonrisa al instante. Basta con una palabra, una melodía, un aroma o un abrazo para abrir un portal a una realidad conocida pero a la vez tan desconocida.

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